¡Qué nombre más pelotudo, viejo!
¿Cómo le vas a llamar así a una muestra después de tanto tiempo sin hacer nada...
¿¿¿¿¿ ?????? ( silencio telefónico ) -Ponele 22-; que es el día en que naciste y la cantidad de años que hace que no expones.
-22, viejo -. El Loco.
Así me habló por celular mi hija mayor a 1200 kilómetros de distancia, cuando le comenté que había conseguido un espacio en Buenos Aires. - ¡Inauguro en septiembre !- ¡La muestra se va a llamar…
-Puede ser - dije.
Siempre digo lo mismo cuando algo me toma de sorpresa y no estoy convencido de lo contrario.
Así esta exposición obtuvo el nombre. Veinti2
Y allí, internet mediante, leí mucho mas sobre el número 22.
¿Quieren que les cuente? De ninguna manera.
Si se interesan, mírenlo por sus medios y lean de acuerdo a sus intereses.
En concreto, al hueso. Nací un 22 de marzo y hace 22 años que no me expongo.
¿Y qué pasó en estos 22 años? Una parte de mi vida.
¿Y esto de ahora? ¿Por qué? -si lo supiera- .
En principio hago cosas manuales para aliviarme a mi mismo. Si me parecen interesantes las comparto. Hay allí un riesgo y una probable recompensa. La vida ¿no?
Nunca logré sentir eso del arte por el arte. Aquel que lo viva así, tiene mi admiración.
¿Y cómo se llega hasta aquí sin referencia alguna?
Nací el día que dije.
Mi viejo, cuasi analfabeto, tenía una capacidad de abstracción estética innata. Me dí cuenta de ello cuando miraba en mi infancia avanzada lo que escribía mientras resolvía en su mente algún problema puntual. Llenaba páginas con su firma. Una bajo otra. Desde “la bancaria“, hasta convertirla en pocas lineas, rectas curvas, puntos.
Mi vieja, de primaria terminada, firmaba siempre igual, porque a los problemas los desintegraba con perseverancia.
Cada uno me aportó lo suyo. Mi viejo darme cuenta del echo plástico. Mi vieja darle mil vueltas hasta que ocurra.
Mi viejo dormía la siesta. Mi vieja me decía dulcemente ¡guay con despertar a tu padre! ¡Si lo llegas a despertar, te rompo todo!
Yo, hijo único, silenciosamente, con mis tres años aplastaba la panza descubierta sobre las baldosas calcáreas del patio y me ponía a copiar figuritas en un cuaderno... Me acuerdo del aviador estratosférico. Siempre pensando en volar. Nada más de esa época.
¿O sí? Si. Cuando a los seis años quise estudiar música mi vieja me dijo – eso no sirve para nada - . ¿de qué vas a vivir cuando seas grande? Termine la primaria y antes de entrar en la secundaria me recibí de Dactilógrafo Profesional, con título habilitante. Cambié el piano por el teclado de la máquina de escribir. No vaya a ser que me muriera de hambre.
22 años después conozco a la madre de mis cuatro hijos. Por ese tiempo, ella cursaba Filosofía y Letras y tenía que hacer un trabajo práctico en el Museo de Bellas Artes Juan Castagnino de Rosario, mi ciudad natal. Así que me propone encontrarnos por primera vez, allí.
¿Qué le pasa a esta mina? ¡Que tremenda pelotudez!
¡Ese lugar es para pelotudos y pajeros!..
…- La petisa está rebuena - ¡que le parió! ¡La puta madre que lo parió!
Fui.
Ya adentro del museo se me dio por recorrerlo. Y mirar. Y mirar. Y volver a mirar.
- Estos tipos no son ningunos pelotudos – me dije.
Y es en ése el momento, en que empiezo a contaminarme.
Ya no volvieron a ser pelotudos, pero tenía suficientes anticuerpos contra ellos. Yo estaba buscando comer y sin saberlo, enfermarme.
Nos fuimos casados a Neuquén a trabajar y establecernos buscando comer.
Una noche, a la salida del cine, en uno de esos tantos quioscos que había por las calles y estaban abiertos hasta la madrugada, veo un folletín de bolsillo chileno en donde con la imagen de un jarrón un vaso y una manzana explicaban las distintas formas de verla según las diversas corrientes artísticas. Cuando lo terminé ya tenía unas cuantas lineas de fiebre y era portador insano. Me aprendí todos los nombres del psiquiátrico y en que pabellón estaban.
Con un furibundo afecto por el prójimo comencé a pintar para contagiar lo más posible...
Gente formada me dijo que lo que pintaba era una porquería. Nadie que se haya criado con una madre como la mía se molesta o deprime por tal afirmación. De modo que profundamente frustrado, seguí pintando.
En aquellos tiempos neuquinos, compré, leí, y consulté cuanto podía. Cuando apareció en los quioscos la revista Pintores Argentinos del Siglo XX no me perdí un solo número. Corría 1978 o '79. Todos me interesaban, pero me identifiqué con un tal...Ernesto Deira. Salvo lo que leí y ví en la revista no sabía nada de él.
Una noche, cenando en la casa de unos amigos médicos les cuento sobre un pintor que me parecía buenísimo.
Ahh...- mirá vos, nosotros conocemos a Cacho Deira, el hermano -
- Lo conocemos de El Chocón, es arquitecto y estuvo desde el inicio con nosotros - Si te animás, Ernesto vive en Buenos Aires, le podemos decir a Cacho para que le hable de vos - .
A la semana tenía el teléfono de Ernesto Deira.
Le hablé a Ernesto...
-¡Mucho gusto! - . -Miré si a usted quiere venir para conocernos no hay ningún inconveniente-.
No lo podía creer.
- A lo mejor usted me puede enseñar algo... le digo. (recuerden mi ignorancia)
- Puede ser - Tráigame parte de su obra y vemos – me dijo concretamente.
- Es que yo pinto sobre chapadur...- Silencio...
- Bueno, tómele fotografías y venga -
Dos semanas después estoy en Buenos Aires con un álbum de ocho fotografías.
Me recibe, mira las fotos, me mira y me dice:
-¡Ah, pero usted hace cualquier cosa!-.
Miro embobado, no a él, sino a las pinturas que había colgadas por todas las paredes de esa casa cercana al Congreso. Estaban muchas de las que me habían fascinado en la revista. Para mi era suficiente. Había visto parte de la obra de Ernesto Deira. De modo que no dije ni muuu.
Ante mi silencio, continuó - ¿Trajo papel de escenografía? ¿ carboncillos ? Yo no sabía que era ni lo uno ni lo otro.
Otros concurrentes me prestaron. Había una modelo desnuda y me dice, - dibuje -.
Y dibujé. Era martes.
Al terminar la clase, Deira mira el dibujo y me dice. - Mire, con usted que viene de tan lejos vamos a hacer una cosa. Se va venir una semana por mes y va a estar los cuatro turnos de la semana-. Corrió el otoño, el invierno y la primavera de 1985.
A fines de ese año, obtengo el 1er Premio adquisición en el Salón de la Bolsa de Comercio de Bahía Blanca. En 1986 muere Ernesto. Lloré sin consuelo.
Después de unos meses sin saber como seguir, volví a dibujar y a pintar Deira.
Presento una obra en Neuquén. Obtengo el 3er Premio. Uno de los jurados es Luis Felipe Noé. Pregunta a gente de la organización por un tipo que el creía que era médico o algo así y que iba a lo de Deira a dibujar una vez por mes. Me llaman al consultorio y me dicen. - Acá hay un señor Noé que pregunta por usted-.
Nos encontramos con Nóe esa tarde. Nos fuimos a charlar al Limay. Nos sentamos frente a frente, apoyados en troncos de árboles que estaban a la orilla, y lloramos casi toda la tarde.
Cuando se acerca la noche lo llevo hasta el aeropuerto.
Ya era Yuyo para mí, y me dice – mirá, si querés venite a mi taller una vez al mes como hacías con Ernesto...
Llegué a la calle Tacuarí, allí había pintura por todos lados. Había discípulos, alumnos, búsqueda, inconsciencia. Había de todo. Era claro que con mi papel de escenografía y mis carboncillos no tenía que hacer. Me quedé hasta la noche, escuchando y mirando. Y nos quedamos charlando con Yuyo. Le dije que no podía ir a Buenos Aires con todas mis pinturas y el me contestó. - Con Nora nos vamos a cenar a un bodegón que está a dos cuadras - ¿Querés venir? Esa noche Yuyo y Nora me iniciaron.
Así seguí. Le avisaba por teléfono y viajaba. Llegaba al taller me quedaba viendo y escuchando, y al terminar nos íbamos a cenar y charlar casi siempre hasta las dos o tres de la madrugada.
Lo que aprendí sobre “ser arte” es para mi imposible de desarrollar.
Mientras tanto en Neuquén se juntan tres artistas plásticos que yo apenas conocía y forman el Grupo Patagonia. Y me invitan a ser parte del grupo. ¡Epa! ¡Por supuesto!
Hacemos muestras colectivas, individuales y enviamos a Salones. Casi siempre nos seleccionaban y muchas veces nos premiaban.
Una tormenta de nieve cierra el aeropuerto de Bariloche. Algunos esquiadores Colombianos bajan en Neuquén Capital para continuar el viaje por tierra. Deciden visitar la Sala Municipal de arte Emilio Saraco. Había una individual mía. Un año después, invitado, expongo en Bogotá. Vendo bien y ya no me dicen que lo mío es una porquería.
La vida sigue y los hijos crecen. ¿Y de que van a vivir cuando sean grandes?
Cuando emigró a Rosario para ir a la Universidad la tercera de los cuatro hijos, le realidad llamó a mi puerta y el trabajo rentable fue la morfina de la enfermedad incurable.
Así pasaron gran parte de estos 22 años.
Gran parte, con parte, sin aparte, la parte que quiero contarles es sobre cómo comenzó de la búsqueda del volumen.
Estaba trabajando productivamente con pequeñas placas de plástico hasta que ocurrió lo que siempre le pasa al portador insano, se distrae. El trabajo se arruina y una lo quita de la termoformadora caliente, el trabajo digo. Y uno también está recaliente. Como estaba en estado blando lo doblé un poco (mi viejo). Quizás un poco mas ( mi vieja ), otro poquito ( mi vieja ), un poquito menos ( mi viejo y mi vieja ) ¡ está ! ( mi viejo ). Lo enfrié y continué la actividad lucrativa. Antes de irme a casa lo volví a mirar y me dije... ¡aquí hay algo! Y empecé a guardar cuadraditos de plástico. Cientos. Ahora miles.
Verán de estos últimos tres años una pintura, que es mi regreso a esa actividad, y varios volúmenes que son mi nueva actividad. El resto es de 22 años atrás. Y más también.
Gracias por concurrir y ojalá les agrade.
Menos yo, está todo en venta.
Rubén Tomatis.
La Camionada XIV
Acrílico sobre tela - 122 x 123 cm - Año 2024
La Camionada III
Acrílico sobre tela - 90 x 100 cm - Año 1988
Sideral II
Material plástico - 60 x 50 x 20 cm - Año 2024